20 noviembre 2008

De la Selva Amazónica al Océano Pacífico - Parte 2

Cuando nos dimos cuenta estábamos con la plata justa para subsistir un par de días más… había que ahorrar en algo y decidimos hacerlo en el transporte. Así que “el dedo” sería nuestro vehículo hacia la costa. Entre un auto y otro fuimos a parar al camión de Edgar, un hombre pequeño y robusto, que amablemente nos jaló 900km hasta Piura.


En el camino vimos hectáreas enteras de arrozales, repletas las plantaciones de garcitas blancas (Egretta thula) y bueyeras (Bubulcus ibis). En un momento ví un árbol y entre sus ramas posado un grupo enorme de garzas. Parecía un palo borracho cuando da sus frutos algodonosos asemejando el decorado navideño.

Pasamos de la selva a la costa pacífica, cruzando por ceja de selva donde fuimos detenidos varias horas por los derrumbes producidos por la lluvia, allí en medio de la nada, coqueando para no ser vencidos por el cansancio.

Vimos la transición ambiental y paisajística entre la selva y la costa, y esto es algo que me encanta al viajar de un lugar a otro, el ver cómo va cambiando una cosa para convertirse en otra. La misma fascinación experimento cuando voy desde Esquel al Parque Nacional Los Alerces y veo el paso de la estepa al bosque. El que ha tenido la fortuna de recorrer este trayecto sabe de qué estoy hablando.

Una vez en Piura, agotados, seguimos con el sistema de “auto-stop”. Aunque esta vez sobre la Panamericana, la ruta que recorre alrededor de 48.000km comunicando a toda América desde el norte hasta el sur. Así fue que terminamos en el vehículo de un ecuatoriano que se dirigía a Guayaquil City y ahí fue donde decidimos ir cuando él se ofreció amablemente a hospedarnos en su casa dado que no contábamos con pesos extras, y menos con dólares que es la moneda del país… la cuestión es que nada fue lo que pensábamos respecto al amigo así que, más cansados que antes, volvimos a Perú que después de haber estado todo un mes viajando allí lo sentíamos como nuestro hogar.

Cruzamos Tumbes lo más rápido que pudimos. Al ser una ciudad de frontera es medio peligrosa. En el puente Tumbes paró Lucho, un señor mayor que, al contarle nuestro periplo y decirle que ahora lo único que queríamos era estar lejos de todo y todos, nos comprendió y nos llevó al mismísimo paraíso. Se trataba de un hostel, en la playa, de un español que hacía muchísimos años había llevado Lucho en su auto y que había decidido quedarse allí para siempre! León, este hombre, nos permitió acampar a mitad de precio, por lo que decidimos quedarnos una semanita para descansar y decantar todo lo que habíamos vivido en los días previos en que viajamos sin parar.

Para mi sorpresa y alegría, dentro del hostel había una hoja impresa con todas las aves del lugar (o por lo menos las más abundantes), así que con mi guía y esta hoja pude identificar varias especies que andaban dando vueltas por ahí. Todos los días pasaban por enfrente del campamento, en dirección al puerto (norte), varias aves fragata o tijereta (Fragata magnificens) juveniles y adultos (hembras y machos) y pelícanos (Pelecanus thagus) que se tiraban en picada al mar para pescar. Ví gaviotines de pico grande o Atí (Phaetusa simples), que también los había avistado en Amazonas, y gaviotines golondrina o comunes (Sterna hirundo) que invitaban a planear junto a ellos sobre el océano.


A dos o tres kilómetros hacia el sur había una laguna natural formada por el mar. Una mañana caminando por la playa llegué allí y pude ver garcitas bueyeras, ostreros comunes (Haematopus palliatus), golondrinas púrpura (Progne subis), churrinches o turtupilín (Pyrocephalus rubinus), jotes de cabeza negra y cormoranes.
Por la mañana, mientras me desperezaba y miraba el mar, oía varios cantos y veía siempre en el mismo lugar un grupo de tortolitas quiguagua (Columbina cruziana) y, posadas sobre un tronco enorme, chiscos o soñas (Mimus longicaudatus) unas calandrias muy parecidas a las reales pero desteñidas!.

También chialos (Furnarius cinnamomeus), familiar del hornero, y fringilos cinereos (Piezorhina cinerea), una especie endémica de la zona al igual que el gorrión de Tumbes, aunque a este último no tuve la suerte de contemplarlo.

Mientras nos preparábamos para ver el atardecer, observaba como brincaban entre los arbustos las perlitas tropicales (Polioptila plumbea), muy similar a P. lactea que se distribuye al noreste de nuestro país, los coliespina acollada (Synallaxis stictothorax) y los cucaracheros cejones (Thyothorus superciliaris).




Y así llegaba el ocaso y todo se detenía, las aves y sus cantos, el mar y sus olas, el viento y sus suspiros, nosotros mismos nos quedábamos paralizados mirando hasta que el sol se perdía en el horizonte para traer el día siguiente, nuevos sonidos y movimiento a nuestra playa, a nuestro campamento, a nuestras vidas.

Pia

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